martes, 1 de mayo de 2012

Los Tudor y La más feliz: Ana Bolena

Ana Bolena (ing.: Anne Boleyn) es, sin duda, uno de los personajes más controvertidos de la Historia universal. Vil robamaridos, ramera y usurpadora para unos, víctima inocente y mártir del protestantismo para otros, su influencia sobre la historia inglesa -y, por extensión, la europea- es a todas luces innegable.

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Ana Bolena se integró en la corte inglesa en 1522 y en poco tiempo, se convirtió en la mujer de moda en la corte inglesa: sus estilos marcaban moda, su ingenio e inteligencia eran aplaudidos por todos, era una excelente bailarina, cantaba y tocaba el laúd, y, evidentemente, hablaba francés a la perfección. Gracias a todas estas cualidades, Ana pasó a ser la estrella del momento, siendo cortejada por numerosos jóvenes nobles que se sentían atraídos por su rara belleza y su temperamento; entre ellos, Henry Percy del que Ana estaba sinceramente enamorada hasta el punto de que ambos se comprometieron secretamente en 1523; sin embargo, el romance terminaría francamente mal, cuando el padre de Henry descubrió lo sucedido: obligó a Henry a renunciar a su compromiso con Ana, y le hizo casarse con lady Mary Talbot, hija del conde de Shrewsbury. El responsable de la situación fue el cardenal Thomas Wolsey, canciller y limosnero del rey, hacia quien Ana sintió siempre un rencor imborrable; tanto, que en 1529 conseguiría que Wolsey fuese detenido y exiliado a Yorkshire, de donde regresaría, acusado de traición, por… Henry Percy. Wolsey falleció en el viaje de Yorkshire a Londres, ahorrándose así un destino peor a manos de los dos vengativos ex amantes.
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Ana se reintegró a sus funciones como dama de honor de la reina Catalina de Aragón, y de nuevo volvió a brillar como solía, aunque esta vez manteniéndose a buena distancia de los jóvenes aristócratas que pudiesen pretenderla. En algún momento entre 1525 y 1526, pasó lo que tenía que pasar: Ana fue “descubierta” por Enrique VIII, quien se encaprichó inmediatamente de ella. Sin embargo, escarmentada por el ejemplo de su hermana María, Ana rechazó de pleno las insinuaciones de Enrique.

No sabemos quién de los dos tuvo primero la idea, pero lo cierto es que Enrique terminó proponiéndole matrimonio, oferta que Ana aceptó. Sin embargo, quién sabe si movida por la ambición, o por el miedo a ser descartada como su hermana, le negó a Enrique las relaciones sexuales hasta que estuviesen casados.
Siempre se ha visto a Ana Bolena como la responsable última del divorcio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón. Lo cierto es que, si bien Ana fue el catalizador, ya hacía algún tiempo que el rey inglés buscaba la forma de anular su matrimonio con la hija de los Reyes Católicos, ya que ésta no le había proporcionado un heredero varón, y, debido a su edad, no iba a poder hacerlo en un futuro. Sólo una hija, María, había sobrevivido a la infancia, y Enrique recordaba muy bien la experiencia de su padre, Enrique VII, quien había subido al trono tras la sangrienta Guerra de las Dos Rosas, como para permitir que el futuro de la casa Tudor quedase en manos de una niña que, por demás, no parecía gozar de buena salud. Así las cosas, Enrique solicitó la anulación del matrimonio al Vaticano en 1527.

En cualquier caso, el papa Clemente VII no parecía muy por la labor de conceder la tan ansiada anulación; entre otras cosas, porque Catalina era tía del emperador Carlos V, quien acababa de saquear Roma y tenía al Papa prácticamente en su poder. Tampoco ayudó el hecho de que, a partir de 1528 (y a resultas de un brote de sudor inglés -sweating sickness- que a punto estuvo de acabar con la vida de Ana), todo el mundo supiese de la relación entre el rey y la dama de honor. Así pues, Enrique depositó plenos poderes en la figura del cardenal Wolsey para que negociase la anulación con el Papa. Pero Wolsey fue demasiado lejos: organizó una corte eclesiástica en Inglaterra, a donde el Papa debería enviar un legado, para discutir el tema en suelo inglés; el legado, no obstante, no tenía permiso para otorgar la anulación y, en lugar de eso, el Papa prohibió terminantemente a Enrique contraer matrimonio hasta que el tema se discutiese en Roma, y no en Inglaterra. Ése fue el golpe de gracia a la figura de Wolsey, cuyo destino final hemos relatado más arriba.
Con Wolsey muerto, Ana se convirtió en la persona más poderosa de la corte; en 1531, Catalina de Aragón fue expulsada de la corte, y sus aposentos fueron entregados a Ana.

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Ana Bolena no era popular, ni querida por los súbditos de Enrique. La bondad y buen hacer de Catalina de Aragón habían calado hondo en el pueblo, que percibía a Ana como una vulgar usurpadora. Tampoco ayudaba mucho el que Ana fuese altiva y en extremo rencorosa. Viendo que el tiempo se le agotaba, Ana orientó a Enrique hacia extremistas religiosos como William Tyndale, quien negaba la autoridad papal y defendía la posición del rey como cabeza de la iglesia. Cuando el Arzobispo de Canterbury -la máxima autoridad religiosa del país- falleció, Ana consiguió que su sustituto fuese Thomas Cranmer, capellán de la familia Bolena. También apoyó el meteórico ascenso del radical Thomas Cromwell, quien jugaría un papel determinante en la ruptura final de Enrique con el Vaticano.
Cromwell había llevado ante el Parlamento la célebre Acta de Sumisión del Clero, por la cual se reconocía al rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. El golpe final de Enrique al Vaticano llegó sólo poner el pie en Dover: él y Ana se casaron en una ceremonia secreta, reconocida únicamente por la Iglesia de Inglaterra. Apenas unos meses después, Ana quedó embarazada. Su triunfo estaba cerca de ser completado.

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El 25 de enero de 1533, el matrimonio de Enrique VIII y Ana Bolena fue ratificado con una segunda ceremonia, esta vez celebrada en Londres. A partir de ese momento, los acontecimientos se desarrollaron a un ritmo vertiginoso: el 23 de mayo, Cranmer declaró nulo y sin validez el matrimonio de Enrique y Catalina -lo que convertía a su hija, María, en bastarda-. Cinco días después, el 28 de mayo, el arzobispo declaró válido y legal el matrimonio de Enrique y Ana. Sólo cuatro días después, el 1 de junio, Ana Bolena fue coronada reina consorte de Inglaterra. Como lema personal eligió “The Most Happy” (“La Más Feliz”).

El 8 de enero de 1536, Catalina de Aragón falleció en Kimbolton, probablemente a causa de un cáncer de corazón. Como quiera que tanto Enrique como Ana mostraron su alegría ante el suceso (si bien no lo celebraron, como se ha dicho muchas veces), no faltaron los rumores que sugerían que la desdichada española había sido envenenada, y ambos cónyugues eran sospechosos del supuesto crimen. No obstante, y a sabiendas de que, con Catalina muerta, Enrique no tenía ningún impedimento para volver a casarse de forma legal, Ana moderó su carácter, e incluso intentó hacer las paces con María. En este aspecto en particular, se topó con el rechazo de la joven, quien seguía considerando a Ana como “la puta francesa” (nombre que también le daba el pueblo llano, por otra parte).
El 29 de enero de 1536, al tiempo que Catalina de Aragón era enterrada en la catedral de Peterborough, Ana sufrió un aborto. Era un niño. Se dice que, tras conocer la noticia, Ana se lamentó: “He abortado de mi salvador”. Mientras ella se recuperaba, Enrique declaró que había sido “hechizado” por Ana, al tiempo que su nueva amante, Jane Seymour, ocupaba el lugar de Ana en los aposentos reales. Era el principio del fin.

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Escarmentado por lo que había sucedido con Catalina, Enrique no estaba dispuesto a pasar de nuevo por el mismo calvario que había padecido con su primera esposa, y se propuso destruir a Ana por completo. Thomas Cromwell, cuyo ascenso se debía enteramente a Ana, se prestó rápidamente a dar el golpe que debía eliminar a la reina de un plumazo, y convenció al rey para que iniciase una investigación por cargos de traición contra Ana. Si la cadena de eventos que llevó a la coronación de Ana Bolena fue vertiginosa, la que condujo a su caída y muerte fue incluso más veloz.
El 30 de abril, un músico al servicio de Ana, de nombre Mark Smeaton, fue arrestado y, bajo tortura, confesó haber sido amante de la reina. En los días siguientes también fueron arrestados Henry Norris, sir Francis Weston y William Brereton, todos acusados de adulterio con la reina. El golpe de efecto final fue dado el 1 de mayo, al arrestar al propio hermano de Ana, George Boleyn, Lord Rochford, bajo los cargos de incesto, adulterio y traición. Para este último arresto, Enrique contó con la colaboración de Jane, la esposa de George, quien declaró en contra de su marido.

Cuando fue informada que un verdugo había sido llamado desde Calais para que cortase su cabeza con una espada (en lugar de con el hacha tradicional, en consideración a su condición de reina), comentó: “No tendrá demasiados problemas, tengo un cuello pequeño”. Ese mismo día, Enrique procedió a anular su matrimonio con Ana, declarándolo no válido (con lo cual, Ana nunca podría haber cometido adulterio, hecho que, obviamente, se pasó por alto), y convirtiendo a Isabel en bastarda, igual que María.
Irónicamente, Ana Bolena consiguió tras su muerte aquello que no había logrado en vida: ser querida y llorada por sus súbditos, que la convirtieron en mártir de la tiranía de Enrique VIII y en la heroína protestante que salvó a Inglaterra de los males del catolicismo. El 17 de noviembre de 1558, 22 años después de la muerte de Ana, su hija Isabel ascendía al trono de Inglaterra como Isabel I. La profecía de aquél adivino se había cumplido: Ana Bolena había dado a luz al monarca más grande de la historia de su nación.


Semblanza de la dinastía Tudor

LOS TUDOR - CUATRO TEMPORADAS

 
Gracias a una oferta especial he podido adquirir a buen precio las dos primeras temporadas de esta serie sobre la dinastía inglesa Los Tudor, sorprendentemente rodada por una empresa irlandesa en coproducción con Canadá. Gracias a las series online he podido visionar las otras dos. Todo un clásico de la televisión y una serie modélica.
En el 2007 se estrenó la primera serie y en le 2010 la cuarta. No sabemos si se decidirá continuarla con los reinados de Maria I de Inglaterra y su hermanastra Isabel I, de quién comentábamos hace poco sus dos adaptaciones al cine con Cate Blanchett en su lamentable panfleto imperialista.
En 1970, con peores medios, la BBC grabó otra serie protagonizada por Keith Michell quien la presentó personalmente en España declaró que la corte del orondo Enrique VIII fue muy siniestra pero que echaba de menos que en España no hicieran otra similar con Felipe II que también se la hubiera merecido.
Aquí siempre vemos la paja en el ojo ajeno pero nunca la viga en el propio. Somos además maniqueos, los "malos " son los demás y nosotros los "buenos". Estos personajes históricos tienen sus luces y sus sombras, no son malvados de una pieza sin matices como se nos suelen presentar.

Enrique VIII (Jonathan Rhys-Meyers) fue un déspota, un tirano sí. Pero eso es algo consustancial a un personaje al que se le ha otorgado demasiado papel. La serie nos lo presenta como un ser educado, más guapo de lo habitual, con sus contradicciones. Una corte que trata de librarse de la corrupción del papismo, pero sustituyó la fe católica por otra similar. La Iglesia anglicana, confundida con la protestante creado por Lutero o Calvino, es la más semejante a la católica y de hecho se ha hablado últimamente de reconciliación y reunificación.
Resulta curioso, pero muchos actores de la película son irlandeses como el propio Jonathan Rhys-Meyers y además católicos, también cantantes. Maria Doyle Kennedy es una famosa cantante irlandesa que corrió con el papel de Catalina de Aragón, Joss Stone (Ana de Cleves) es inglesa pero comparte profesión con los anteriormente mencionados. Sarah Bolger (Maria Tudor) es una joven promesa que se ha revelado en esta serie obteniendo importantes premios interpretativos.
Natalie Dormer le da a su Ana Bolena un toque morboso, una mujer ambiciosa y sin escrúpulos que es decapitada por unas relaciones adúlteras que no existieron, llevando además a sus falsos amantes al cadalso. Annabelle Wallis añade dulzura a su Jane Seymour, la única mujer a la que realmente amó Enrique VIII y que murió de forma prematura tras alumbrar a su hijo Eduardo VI. Tamzin Merchant es la alocada Catalina Howard, prima de Ana Bolena, parentesco que la serie omite, que le siguió al cadalso. En otras series y películas nos es presentada como una chica dulce y agradable, casi infantil, inadecuada para el cargo.
Joely Richardson (la hija de Vanessa Redgrave) corre con el personaje de la sexta esposa, Catalina Parr, una mujer más estable que las precedentes.

Joss Stone es Ana de Cleves, descrita como una mujer fea y sin gracia. Pero la actriz es todo lo contrario, es uno de los rostros más agraciados de la serie.
Ha llamado la atención las escenas eróticas de la serie. Bien realizadas y con evidente buen gusto. Al ser una serie irlandesa nos ahorran la apología del imperio inglés, nos sorprende que una nación rival y eternamente enemistada con Inglaterra sea quien haya puesto en marcha la producción de esta serie pero da una imagen poco placentera. Enrique VIII es para Inglaterra un monarca de recuerdo incómodo. La caricatura habitual es la de un tipo que grita, zafio y tosco. En realidad un hombre refinado que hablaba correctamente varios idiomas, entre ellos el castellano.
Resulta curioso, pero en algunos fragmentos, la reina Catalina de Aragón o María Tudor deben hablar algunas frases en castellano porque se supone que es su idioma. María Tudor incluso fue reina de España al desposarse con Felipe II. Pues escuchando la serie en su versión original a los actores apenas se les entiende o tienen un acento latinoamericano por lo que han sido redoblados en estas secuencias.

Más acertada es el retrato de un serie que se cree un dechado de virtudes, que no duda en organizar una matanza en el norte de Inglaterra porque se rebelaron a causa de sus abusos y encima creerse justo y generoso. A pesar de su gran cultura, el rey es un ser que vive aislado desde su infancia y que no entiende los problemas de su pueblo. Un ser que cree que su poder se lo ha entregado Dios y que cree que los territorios que administra son de su propiedad particular tratando a sus habitantes como ganado.
Un rey que no es bueno, pero es más a causa de su cargo, de la institución que representa que es mala por naturaleza. La monarquía siempre ha sido un obstáculo para que los pueblos evolucionen convirtiendo a sus súbditos en alienados que se tragan todas sus mentiras.
Enrique VIII acabó trastornado, pero el poder le cegó desde el inicio de su reinado, y más tarde cegó a sus sucesores. Fue padre de tres hijos que se convirtieron sucesivamente en monarcas, un caso único en la historia. Si asesinó a miles de católicos para legitimizar su cisma, posteriormente a luteranos y calvinistas, su hija María Tudor, presentada como una muchacha dulce en la serie, llevó a la hoguera a miles de anglicanos como represalia. Isabel I, la reina virgen, volvió a matar católicos en una espiral de violencia que no tuvo fin.
El poder es malo siempre, aunque en estas series practiquen la doble moral y nos hagan creer que los tiranos son malos cuando son extranjeros y bondadosos si son compatriotas nuestros.


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